Escucha el Podcast. Entrevista de Santiago Rivas a Nicolás Ospina, pianista de jazz, compositor, cantante, podcastero y ahora actor. También entrevista a la periodista y escritora Andrea Yepes Cuartas quien hablará de su libro Reggaetón
El capítulo abre con una reflexión necesaria: la música es trabajo, no solo inspiración. Rivas recuerda que detrás de las canciones que nos acompañan hay jornadas invisibles de ensayo, de inversión, de incertidumbre. “Agradecemos la música —dice—, pero olvidamos a quienes la hacen posible”. Esa frase condensa el espíritu del episodio: una mirada honesta a la condición del músico como trabajador cultural.
Nicolás Ospina: el músico que se multiplica

El primer invitado, Nicolás Ospina, pianista, compositor y actor, encarna esa realidad con una mezcla de humor y lucidez. En su obra teatral La peor cantante del siglo, Ospina convierte la precariedad artística en comedia, pero lo que cuenta no deja de ser cierto: en Colombia, vivir solo de la música es casi un acto de fe.
Durante la entrevista, relata cómo los artistas deben diversificar su quehacer —dar clases, producir, actuar— para sobrevivir en un ecosistema cultural que valora el talento, pero paga poco. “La pasión no puede ser excusa para el abuso”, parece decir entre líneas. Aun así, su tono no es de queja, sino de resistencia: anuncia un nuevo álbum junto a Victoria Sur, muestra de que la creación sigue viva incluso en los contextos más adversos.
Andrea Yepes y el reggaetón como espejo social

La segunda voz del episodio es la de Andrea Yepes Cuartas, periodista y autora del libro Reggaetón (Ediciones B / Penguin Random House). Yepes traza un mapa del género que revolucionó la música latinoamericana: desde los barrios de Panamá y Puerto Rico hasta los escenarios globales donde hoy domina las listas.
Su mirada va más allá del ritmo. El reggaetón, dice, es una crónica de las periferias urbanas, una expresión popular que logró transformarse en industria sin perder —al menos del todo— su carga de rebeldía. Sin embargo, también advierte sobre la desigualdad dentro del propio negocio: productores, técnicos y compositores siguen siendo los eslabones más débiles de la cadena. El brillo del éxito global, señala, no puede ocultar la precariedad estructural que aún persiste.
La ciudad que vibra
El episodio intercala estas conversaciones con segmentos informativos sobre la vida cultural de Bogotá: los avances de los Distritos Creativos, las actividades de la Red de Bibliotecas Públicas (BibloRed) y la programación cultural en Chapinero y el centro. Son recordatorios de que la música no es un universo aislado, sino parte de una red que mantiene viva la identidad urbana.
Cultura Bogotá consigue así un equilibrio entre la entrevista y la crónica ciudadana. Habla de artistas, pero también de territorio. De creación, pero también de políticas públicas.
Reflexión final: la música como derecho
El mensaje del episodio es tan simple como urgente: la música debe entenderse como un derecho cultural y un trabajo digno. No basta con aplaudir a los artistas; hay que garantizarles condiciones para seguir creando. Cada canción que nos emociona es el resultado de una economía frágil que necesita respaldo, no caridad.
Como oyentes, tenemos también una responsabilidad: consumir de manera consciente, asistir a conciertos locales, pagar por la música y reconocer que el arte no se sostiene solo con pasión. En tiempos en que todo se mide por reproducciones y algoritmos, defender el valor humano de la música es un acto político.
Epílogo: la música que protesta
Aunque el pódcast no aborda este punto, resulta imposible hablar del trabajo musical sin mencionar la música de protesta social. En estos tiempos de incertidumbre y desencanto, cuando los discursos oficiales se alejan de la calle, la canción sigue siendo un refugio y una trinchera.
La historia latinoamericana está escrita con acordes de inconformidad: desde Violeta Parra y Silvio Rodríguez hasta Residente, Ana Tijoux o LosPetitFellas, la música de protesta ha servido para decir lo que otros callan. En Colombia, esa tradición se ha renovado con fuerza: el hip hop, la cumbia insurgente o el rap de periferia han acompañado las marchas y los duelos, pero también las esperanzas de un país que busca cambiar.
Hoy, más que nunca, necesitamos esas voces que incomodan, que denuncian, que nos devuelven humanidad. Porque la música no solo nos entretiene: también nos enseña a resistir. Y en días aciagos, cuando la desesperanza parece la única melodía, la música de protesta se convierte en el eco más necesario: el que nos recuerda que seguimos vivos y que aún hay ritmo en la lucha.
En Bogotá, la música no solo se escucha: se trabaja. En los buses, los parques, los bares o los teatros, cada nota que suena es fruto del esfuerzo de alguien que convirtió su pasión en oficio. Sin embargo, pocas veces lo recordamos. El pódcast Cultura Bogotá, conducido por Santiago Rivas, lo hace con contundencia en su episodio especial “Día de la música”, una hora de conversación que nos invita a escuchar más allá del ritmo: a oír la realidad laboral que sostiene al arte.
















