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    La infancia no debe pagar el precio del cambio climático: Colombia actualiza sus compromisos ante el calentamiento global.

    Paula Cuastumal Por Paula Cuastumal
    junio 12, 2025
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    Unicef Guajira

    Unicef Guajira

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    • Colombia se enfrenta a una paradoja: aporta apenas el 0,6% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero1, pero es el cuarto país más vulnerable a las consecuencias del cambio climático en el mundo y el primero en las Américas2.
    • En el centro de esta crisis están las niñas, niños y adolescentes, quienes, pese a ser el grupo que menos ha contribuido a la emergencia ambiental, sufren sus efectos con mayor intensidad.
    • Desde la toma de decisiones se pueden dar pasos importantes para mitigar los efectos que ponen en riesgo el bienestar de la niñez.

    La crisis climática pone en riesgo los derechos, bienestar e incluso la supervivencia de la infancia.
    Acuerdos globales buscan mitigar y prevenir algunos efectos, tales como el Acuerdo de París, firmado en 2015, un tratado internacional vinculante de obligatorio cumplimiento para los países que se han adherido, como Colombia. Para dar vida al acuerdo, los países firmantes presentaron en 2020 sus planes de acción climática, (primera actualización) conocidos como Contribuciones Determinadas a nivel Nacional (NDC’s, por sus siglas en inglés, y cuyas metas deben ser actualizadas cada cinco años.

    Este año, Colombia está actualizando, por segunda vez, sus obligaciones para hacer frente y adaptar su respuesta institucional y de otras entidades ante el cambio climático. La inclusión de niñas, los niños y los adolescentes en estas decisiones legales son temas que UNICEF acompaña para garantizar que su interés superior y prevalencia de derechos se vean reflejados en las medidas que se tomen.

    El Índice Mundial de Riesgo3 indica que Colombia es el cuarto país más vulnerable a las consecuencias del cambio climático en el mundo y el primero en las Américas. Este índice, además de hacer manifiesta una urgencia por hablar de cambio climático y de trabajar en unas medidas para contrarrestarlo, clasifica a los países según su exposición y capacidad de respuesta frente a desastres naturales y tiene como función orientar la implementación de los compromisos asumidos en el Acuerdo de París en 2015, los cuales deben concretarse en cada país a través de las Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC’s).

    En Colombia, algunas cifras ponen de manifiesto la necesidad de trabajar en estas contribuciones de forma expedita, teniendo en cuenta que la supervivencia de la infancia se ve directamente amenazada:

    • En 2024, más de 9.000 eventos climáticos extremos: incendios, vendavales, inundaciones y avalanchas, dejaron más de un millón de personas afectadas. (UNGRD)
    • La inseguridad alimentaria golpea fuerte: el 40% de los hogares temen no tener suficientecomida, y en el 5,7% al menos un miembro pasó un día entero sin comer. (DANE)
    • Las enfermedades sensibles al clima aumentan: cada año, más de 300 niñas y niños menores de cinco años mueren por desnutrición aguda (DANE). En 2023, el dengue cobró 118 vidas; el 57% eran menores de edad. (INS)

    La niñez sufre una crisis que no provocó

    “Nos parábamos. No le poníamos mucha atención a las clases, teníamos que pedir permiso para ir a comprar una bolsa de agua o ir a una casa vecina para que alguien nos regalara un poquito de agua”4, cuentan estudiantes como Roberssy Camacho, una adolescente de El Charco, Nariño, municipio donde el calor genera que muchos niños, niñas y adolescentes prefieran salirse del salón de clases. Testimonios como este dejan ver, desde un ejemplo cotidiano, cómo la incomodidad por el aumento de las temperaturas puede afectar derechos fundamentales de los niños y niñas como la educación.

    “Hay múltiples consecuencias del cambio climático que ponen en riesgo a los niños y niñas. Las Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC’s) deben apuntar al fortalecimiento de todos los sectores de la sociedad para la protección de los entornos donde vive y se desarrolla la infancia de cara a impactos cada vez más previsibles, tales como avalanchas, sequías y tormentas, así como el aumento de enfermedades como el dengue, la fiebre amarilla o el chikunguña, la inseguridad alimentaria y otros efectos asociados”, asegura Valentín Estrada, Oficial de Agua, saneamiento, higiene y cambio climático de UNICEF Colombia.

    Desastres en aumento: los rostros de la crisis climática en Colombia

    Según la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (UNGRD) 5, en 2024 se registraron cerca de 9.000 eventos (desastres) en 1.024 municipios del país. Los incendios forestales lideraron el panorama con 6.293 casos; más de 216.000 hectáreas fueron afectadas. Aunque menos frecuentes, las inundaciones generaron la mayor afectación humana: más de 709.000 personas y 186.000 familias fueron impactadas en 644 emergencias.

    Los movimientos en masa —derrumbes y deslizamientos— provocaron el mayor número de víctimas fatales: 70 personas perdieron la vida en 704 eventos. Otros fenómenos asociados a la crisis climática también marcaron el 2024: 438 vendavales dejaron a más de 110.000 personas damnificadas, mientras que 174 crecientes súbitas afectaron a más de 52.000 personas. A esto se suman eventos de sequías, heladas, tormentas eléctricas y ciclones tropicales, que evidencian con crudeza los impactos de la variabilidad climática.

    Pero las cifras no siempre cuentan toda la historia. Detrás de cada emergencia hay consecuencias silenciosas: cosechas perdidas que agravan la inseguridad alimentaria de las familias; daños a servicios básicos de agua y saneamiento; escuelas destruidas o que pasan a ser usadas como
    albergues, que interrumpen la educación de cientos de niñas y niños; familias desplazadas que se convierten en migrantes climáticos; niñas y niños expuestos a enfermedades prevenibles (especialmente, menores de cinco años), traumas emocionales y situaciones de orfandad, entre otras afectaciones derivadas. En este contexto, no basta con responder a las emergencias. Es urgente que las Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC) incluyan medidas específicas y preventivas para proteger a la infancia en el futuro inmediato.

    “Los efectos del cambio climático son especialmente severos para niñas, niños y adolescentes. Enfermedades como el dengue presentan mayores riesgos de mortalidad para ellos, al igual que la escasez de agua y alimentos. Frente a los desastres naturales, enfrentan mayores barreras físicas y emocionales para afrontar las emergencias, además de ver interrumpido su acceso a la educación, entre otros. Desde todos los enfoques posibles, el cambio climático representa una de las mayores deudas intergeneracionales. Por eso, las Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC) son clave para reducir los daños, adaptarse a los fenómenos que ya no pueden evitarse y, sobre todo, para salvar vidas y proteger la salud y la educación de la niñez y la adolescencia teniendo en cuenta los efectos en el largo plazo”, enfatiza Estrada.

    Cambio climático y seguridad alimentaria un panorama que puede empeorar

    Encuesta Calidad de Vida, muestra de la inseguridad alimentaria
    Encuesta Calidad de Vida, muestra de la inseguridad alimentaria

    La frecuencia de fuertes lluvias, el desbordamiento de ríos, las inundaciones y las sequías están en aumento. En Colombia, la Encuesta de Calidad de Vida asegura que las familias manifiestan preocupación por no tener suficientes alimentos para comer, llegando a un 40,1% de ellas;
    un porcentaje importante responde haber comido menos de lo que pensaban que debían comer (26,7%); otras manifiestan tener hambre, pero no haber comido (13,4%); haberse quedado sin alimentos (11,8%) y, por último, al menos un miembro del hogar no comió en un día entero (5,7%).

    La salud infantil, el gran reto del cambio climático

    El cambio climático no solo se manifiesta en fenómenos extremos; también impacta de manera directa la salud pública, especialmente la de niñas, niños y adolescentes. Las enfermedades transmitidas por vectores como el dengue, el Zika y la fiebre amarilla, propagadas por el mosquito Aedes aegypti, se ven directamente influenciadas por el aumento de temperaturas, los cambios en los patrones de lluvia y la humedad ambiental.

    Dichos factores alteran el ciclo de vida de los mosquitos, ampliando su presencia a zonas que antes no eran propicias para su reproducción. “Estos mosquitos se reproducen con mayor facilidad cuando la temperatura supera los 20 grados. A medida que el planeta se calienta, estas enfermedades empiezan a expandirse a regiones donde antes no estaban”, indica Estrada, quien agrega: “Ya no es posible detener por completo el cambio climático, pero sí podemos —y debemos— adaptarnos y responder de forma coordinada: garantizar el acceso a agua potable, fortalecer la vacunación, mejorar la disposición de excrementos y preparar al personal de salud y a las comunidades. Solo así podremos reducir al mínimo la pérdida de vidas y el sufrimiento causado por enfermedades prevenibles.”

    Pobreza, etnicidad y territorio: cuando la desigualdad agrava la crisis climática

    Pobreza, etnicidad y territorio:
    Pobreza, etnicidad y territorio: Cuando la desigualdad agrava la srisis climática

    El cambio climático no impacta a todas las personas por igual. Las enfermedades y condiciones derivadas de esta crisis global, muchas de ellas potencialmente mortales, afectan con mayor severidad a niñas, niños y adolescentes que pertenecen a comunidades étnicas, viven en situación de pobreza, habitan zonas rurales o cuyas familias se encuentran en los quintiles con menores ingresos del país.

    La desnutrición aguda, por ejemplo, cobra más vidas en poblaciones indígenas, en hogares de estrato 1 y en departamentos históricamente excluidos como Chocó y La Guajira, donde persisten dificultades estructurales de acceso a agua potable, saneamiento básico, educación y servicios esenciales para el ejercicio pleno de los derechos. No obstante, en 2023, 382 niñas y niños murieron por Infección Respiratoria Aguda (IRA)6; de ellos, 34 fallecieron en Bogotá, una ciudad con la mejor red de salud del país y con los indicadores más altos de educación. Sin embargo, las sequías y los incendios agravan la calidad del aire y lo contaminan haciendo que respirar sea riesgoso.

    Al respecto, Estrada agrega: “Por eso, uno de los grandes retos de las Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC) es lograr una interconexión real y efectiva entre los distintos factores de vulnerabilidad, y garantizar, sin excepción, que la niñez, la adolescencia y las generaciones futuras crezcan en un ambiente sano, limpio y sostenible, donde sus derechos no estén en riesgo.”

    Escuelas bajo amenaza: el clima extremo también aleja a niñas y niños de las aulas.

    “La problemática más grande que hemos tenido ha sido el calor, que impedía que los niños estuvieran los horarios normales de clase porque ellos, después de las 12, no resistían”, relata Marlén Hurtado, docente de la institución Isla Bazán (El Charco, Nariño).

    La crisis climática está desdibujando uno de los entornos más seguros y protectores para la infancia: la escuela. Avalanchas, inundaciones, incendios y olas de calor no solo interrumpen las clases, sino que contribuyen al abandono escolar, y en muchos casos, a la imposibilidad del regreso.

    “Entre más años de estudio tengan los niños y niñas, mejor puede llegar a ser su calidad de vida gracias al acceso a mayores oportunidades. Por ello, es fundamental que las niñas y los niños no sean separados de este entorno de protección y aprendizaje”, afirma Estrada. Pero la realidad es dura: en Colombia, para 2023, el promedio de años de estudio en población mayor de 35 años era de 8,8 en zonas urbanas y apenas 5,5 en zonas rurales7 (DANE). Según la CEPAL8, se requieren al menos 12 años de educación para superar la pobreza.

    Actualmente, la mitad de la población colombiana no culmina la secundaria. A esto se suman los impactos de los fenómenos naturales extremos que, al impedir la continuidad educativa, profundizan los ciclos de pobreza. Sin educación, la infancia queda aún más expuesta a entornos donde hay mayores índices de enfermedades prevenibles, desnutrición, condiciones de vivienda inadecuadas y, en muchos casos, a la migración forzada por motivos climáticos.

    En este contexto, las Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC) deben considerar la educación no solo como un derecho, sino como un pilar fundamental para la adaptación y acción climática y la resiliencia comunitaria. Proteger las escuelas es también proteger el bienestar y el
    potencial de los niños, niñas y adolescentes. Todos los tomadores de decisión, sector civil y comunidades en general están llamados a trabajar en conjunto para lograr este objetivo.

    Inversión y cambio climático

    Determinantes sociales de ecuación y violencia
    Determinantes sociales de ecuación y violencia

    Solo el 2,4% de la financiación climática de los principales fondos multilaterales para el clima apoya proyectos que incorporan actividades que tienen en cuenta a los niños y niñas9. Y cuando se les tiene en cuenta, se les trata como víctimas vulnerables y no como agentes potenciales de la acción climática. De todos los fondos multilaterales para el clima, solo en el 1% la participación de la infancia forma parte del diseño o el seguimiento del proyecto.

    Cambio climático y violencia: una combinación que amenaza a la infancia

    Los desastres provocados por fenómenos naturales extremos no solo causan destrucción, también pueden ser detonantes o catalizadores de conflictos armados, sobre todo en contextos marcados por pobreza estructural, desigualdad, exclusión étnica, violencia política o instituciones débiles. Así lo advierte el World Risk Report, 2024.

    En Colombia, la relación entre vulnerabilidad social, educación limitada y violencia es clara. Según el Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses10 (2023), el 95% de las personas víctimas de homicidio y el 82% de las víctimas de violencia interpersonal tenían como
    máximo nivel educativo el bachillerato. Aún más alarmante, el 54% y el 30% respectivamente apenas había terminado la primaria.

    Estos datos reflejan una realidad ineludible: la falta de acceso a educación, profundizada por los impactos del cambio climático, aumenta la exposición a contextos violentos. Enfrentar esta crisis climática sin una mirada. intersectorial y anticipatoria no solo implica perder vidas, sino también perpetuar ciclos de exclusión y vulneración de derechos.

    “Estos datos demuestran que mitigar pero, ante todo, anticipar la respuesta estatal ante el cambio climático, salva vidas. Es nuestra responsabilidad, con cada niña, niño y adolescente, garantizar el cumplimiento de sus derechos. También es un deber ético: la pérdida y el daño al planeta es una de las mayores injusticias que estamos heredando a la niñez”. Concluye Valentín Estrada, Oficial de Agua, saneamiento, higiene y cambio climático de UNICEF Colombia.

    Acerca de UNICEF

    En UNICEF promovemos los derechos y el bienestar de todos los niños, niñas y adolescentes en todo lo que hacemos.
    Junto a nuestros aliados, trabajamos en 190 países y territorios para transformar este compromiso en acciones prácticas que beneficien a todos los niños, centrando especialmente nuestros esfuerzos en llegar a los más vulnerables y excluidos, en todo el mundo.

    Para obtener más información sobre UNICEF y su labor, visita: www.unicef.org/colombia

    Contactos de prensa
    Paola M. Pérez
    Asociada de comunicaciones UNICEF Colombia
    Teléfono: 322 947 0697
    Correo electrónico: pmperez@unicef.org

    Laura López
    Oficial de comunicaciones UNICEF Colombia
    Teléfono: 3102650974
    Correo electrónico: llopez@unicef.org

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