Desde que inicio la crisis económica venezolana por causa de varios factores, incluyendo el bloqueo inhumano de Estados Unidos, miles de personas y familias enteras, se han vito en la necesidad de migrar a otros países en busca de un mejor vivir.
A Colombia han llegado 1.7 millones de hermanos venezolanos aproximadamente, dispuestos a salir adelante a pesar de las adversidades.
En las historias de vida, hemos tomado seis personas que nos relataron sus vivencias y esfuerzos para salir adelante, mostrando la verdadera cara del latino berraco dispuesto a no rendirse jamás a pesar de la mala imagen que algunos de sus compatriotas que llegaron a delinquir dañando así la imagen de las mayorías que sí llegaron a trabajar y salir adelante junto a sus familias.
De mecánico de autos a mecánico de bicicletas. Historia de Ángel Daniel
Luego de haber terminado sus estudios en tecnología superior de mecánica automotriz en el Estado La Guaira de Venezuela, con un futuro incierto debido a la situación del país hermano, Ángel Daniel Salazar joven y soñador como todos los jóvenes de su edad, decide emprender la aventura de su vida, dejando su tierra natal. su familia y sus amigos que significaban todo su mundo hasta entonces, buscando una mejor situación económica para él y su para familia.
En realidad, no era el primero de su familia que emprendía este viaje aventurero, pues ya algunos familiares lo habían hecho antes que él, y de alguna forma ellos lo empujaban a tomar una decisión que marcará para siempre el transcurso de su existencia por que la situación económica no daba espera.
Con este pensamiento, a mediados del 2018, hace ya más de tres años, Ángel Daniel a sus 20 años de edad, parte de su país hacia la frontera colombiana sabiendo los peligros que esto incurría, pues en ese momento había un intermitente cierre y apertura por parte de los gobiernos respectivos. “Siempre habrá una forma para pasarla” -afirma Ángel Daniel en su inquietante silencio-
Inicialmente su viajo lo llevó a Cúcuta, primera ciudad después de cruzar la frontera, allí permaneció menos de un mes, porque decidió continuar su viaje hacia el interior de Colombia, pues en Cúcuta la situación, igual, no era fácil para encontrar trabajo que era lo más apremiante.
Con el único documento de identificación que poseía, la cedula venezolana, continuó su viaje a pesar de que su estadía en Colombia era ilegal, hasta que por un programa del gobierno de ayuda a los migrantes venezolanos, un año después, pudo acceder a un permiso de permanencia temporal lo cual le permitía poder movilizarse con mayor tranquilidad sin ser molestado por las autoridades que constantemente solicitaban documentos de identidad.
Una vez llegado a Bogotá, las necesidades básicas no daban espera y se dedicó, como él decía, “a hacer lo que saliera”. Tratando de sobrevivir, trabajó en restaurantes, bares pintando apartamentos y por último en domicilios Rappi donde logró mejores ingresos, inclusive para ayudar a su abuela que aún permanece en Venezuela.
Los riesgos siempre estuvieron presentes tanto de los jefes o patrones que abusaban laboralmente, como de los robos cuando trabajaba como domiciliario pues cuando no era la bicicleta, era el celular o ambos, por eso había que estar alertas.
El trabajo como domiciliario terminó cuando por alguna razón desconocida su cuenta Rappi fue bloqueada.
“Fueron momentos difíciles en un país que aun no aprendía a conocer, pero que me llevaba a donde se viera la menor oportunidad para conseguir el sustento diario”.
Entonces un amigo venezolano que trabajaba como mecánico de bicicletas en la calle, apareció como un ángel y me dijo que trabajara con él y que partían lo que hicieran, así empezó a finales del año 2019 y que a la fecha aún sigue desempeñando con mucha disciplina y amor por lo que hace.
El amigo desempacaba todos los días su taller en la carrera 19 entre las calles 116 y 124 tratando de evadir el acoso de la policía que permanentemente los hacía mover de un lado p ara otro. El trabajo era poco y por supuesto las ganancias igual.
Luego llegó la pandemia como para completar, y todo lo que ello implicó. Confinamiento, restricción de movilidad, aumento de la crisis económica y social que ha tocado a todo el mundo, y sus consecuencias; de muy poco trabajo paso a ser casi nulo.
Esto nos obligaba a cambiar de sitios tratando de encontrar uno donde la afluencia de bicicleta; que se había incrementado por las restricciones de transporte como consecuencia de la pandemia, fuera grande y constante.
Este movimiento nos llevó hasta la carrera 7 con calle 84, justo donde inicia la subida para Patios vía a la Calera, que permanentemente pasan ciclistas haciendo deporte desde muy temprano del día, incluso hasta en horas de la noche todos los días, incrementándose sábados y días festivos.
Debido a esto, iniciamos a trabajar a las 5:00 am hasta las 4 o 5 de la tarde, descansando un día a la semana. En esto ya llevamos cerca de un año y afortunadamente la vida nos ha cambiado enormemente para fortuna mía y la de mi familia, afirma Ángel Daniel.
Todo el aprendizaje ha sido empírico y de mecánico de carros, pase a ser mecánico de bicicletas. Ahora además del taller, tenemos un mini almacén, vendemos repuestos y tenemos nuestra clientela que la hemos ido ganando con la buena atención y el trato amables que damos.
Han sido muy pocas las personas que les han insultado y maltratado por el hecho de ser venezolanos, pues algunos los relacionan con ladrones y asesinos como muestran los grandes medios masivos, aunque no negamos que algunos sí vinieron a hacer lo que hacían en Venezuela, delinquir, pero son unos pocos, pero como los muestran por la televisión, la gente pieza que son todos los venezolanos. Hoy Ángel Daniel, quien el próximo 7 de julio cumple sus 23 años, vive con su mamá, una hermana con su esposo y su hija de tres años, tiene mejores condiciones de vida a pesar de las carentes necesidades en salud y bienestar social, han logrado salir adelante gracias al empeño y esfuerzo personal y de su familia, que aún añoran regresar a sus raíces.
Del escritorio a la confección. Andrea López
Igual que el libertador Simón Bolívar, Caracas, la capital de Venezuela, fue la cuna de nuestra invitada Andrea López hace 28 años, tal vez sea esta pujante ciudad la que le da la fuerza necesaria, además de su carácter, para tomar las decisiones importantes de su vida.
En 2018, como muchos compatriotas suyos, Andrea decide migrar de su patria a Colombia con los objetivos claros de mejorar su situación económica y también, en lo posible, aliviar en algo la difícil situación económica por la que está pasando tanto ella como su mamá y su hermana, familia cercana que dejó en el hermano país.
A Cúcuta llegó en compañía de unos familiares de la amiga que la iba a recibir en Bogotá, a pesar de los clamores naturales de la madre, quien le insistía de no viajar por la situación y los rumores que se vivía en la frontera y porque la situación no estaba tan mal, pues Andrea ya había conseguido un trabajo en lo que se había graduado en la universidad; “pero igual yo me vine”, afirma Andrea.
Con el pasaporte sellado por migración Colombia y un permiso especial de permanencia por dos años que le dan algunos privilegios, entre ellos el de trabajar legalmente, continuaron su viaje hacia Bogotá, ciudad previamente escogida para residenciarse.
“Inicialmente llegué a vivir a Kennedy donde los amigos que me recibieron y luego nos trasladamos para Engativá donde habitamos en la actualidad.”
“Cuando salía a buscar trabajo fui rechazada en varias ocasiones por el solo hecho de ser venezolana. En una ocasión recuerdo, el propietario de una panadería donde fui a llevar mi hoja de vida, al darse cuenta de que yo era venezolana, me tiró por los pies mis papeles y me dijo que ahí no le daban trabajo a ninguna venezolana y prácticamente me corrió del negocio. En otras ocasiones, algunas personas se burlan por la forma en que hablo o por palabras que digo y que acá no se entienden; pero yo no les pongo cuidado entendiendo que todo hace parte de la experiencia que posiblemente iba a vivir.”
Sus primeros trabajos, lo expresa Andrea, fueron en panaderías, restaurantes, bares, hasta que llegó la cuarentena y todo cambió bruscamente de un día para otro. Fueron cinco meses encerrada viviendo del ingreso del esposo que trabajaba como domiciliario de Rappi en moto.
En junio del año pasado, cuando la gente poco a poco empezó a salir del confinamiento, Andrea también lo hizo para empezar a trabajar nuevamente, pero esta vez vendiendo jugo de naranja, salpicón, sorbete de guanábana y frutas en alguna calle de la localidad de Suba.
“Estando en este trabajo, conocí a una señora que tenía una microempresa de confecciones y me ofreció trabajo, allí duré 6 meses, hasta que una persona me habló de que una empresa más grande de confecciones estaba necesitando personal, me fui a llevar la hoja de vida y acá estoy trabajando con todas las prestaciones de ley desde hace dos meses“
“Nunca imaginé que la experiencia que tuve con la tía Esmeralda en Venezuela, que también trabajaba en confecciones, me iba a servir para hacer lo que hoy hago en Full Packar, como llama la empresa que me ha dado trabajo, en un ambiente laboral agradable, con unas compañeras amables”.
“Desde mi llegada a Colombia, no he recibido ninguna ayuda por parte del gobierno, ni siquiera en los momentos más difíciles como lo fue al comienzo del confinamiento por cuarentena del COVID, solo lo que yo he logrado hacer con mi trabajo y el de mi esposo, con esto puedo ayudar a mi madre y hermana en Venezuela, no será mucho, pero sirve” Afirma Andrea López.
“Ahora mi trabajo me da la seguridad social, pero antes estaba afiliada a Capital Salud y la única vez que he asistido por enfermedad, me han atendido muy bien, gracias a Dios.”
“Pienso que los venezolanos que vinieron a hacer daño a Colombia, que son unos pocos, deberían de cogerlos y deportarlos para que paguen sus delitos en Venezuela, pero sé que eso es muy difícil porque ellos saben hacer sus fechorías.”
“Me gustaría volver a Venezuela, abrazar a mi mamá y a mi hermanita, las extraño mucho, volver a comer la comida que preparaba mi madre con el sabor de mi tierra, aunque la comida de Colombia es muy parecida a la nuestra y muy buena; pero ya hay unos compatriotas que la preparan y de vez en cuando vamos allá.” Siempre añoro el momento de volver a mi patria a pesar de que Bogotá me gusta mucho, pero la tierra a uno siempre lo llama.
Saldremos adelante a pesar de todo. Historia de Luis Carlos.
El clima cálido tropical de Venezuela impregna el ambiente donde su población se contagia de esa amabilidad y ánimo maravilloso, que invita a realizar tantas cosas, que van desde soñar, trabajar, como también a los placeres de la diversión y el descanso. “Eso es lo que más extraño de mi patria,” afirma Luis Carlos Fernández nuestro invitado que no compartirá su experiencia de cómo ha llegado a mejorar su calidad de vida desde que llego a Colombia; pero con todo y lo bueno, no dudaría un minuto en regresar a su adorada Venezuela si las condiciones económicas mejoraran, “porque nuestra tierra, es nuestra tierra, por eso aspiro muy pronto volver.
Estos son los recuerdos y lo que mas extraña Luis Carlos desde hace tres años cuando decidió viajar a Colombia en compañía de un tío con quien emprendió un viaje hacia un país del cual solo conocía la frontera ya que su ciudad natal Maracaibo Estado Zulia es una ciudad fronteriza con Colombia que linda con el municipio de Maicao del departamento de la Guajira.
Cuando terminé mis estudios de bachillerato en mi tierra, preferí empezar a trabajar y no continuar estudiando. Entonces lo hice de bicitaxista por un tiempo, hasta que la situación se fue poniendo difícil debido a la escasez de clientes y a la devaluación del dinero que no alcanzaba para comprar algunas cosas básicas.
Con un permiso especial, Luis Carlos y su tío continuaron su viaje hacia Bogotá, ciudad que había sido recomendada por un primo que hacía cierto tiempo estaba radicado allí, y los esperaba para brindarles ese primer apoyo que tanto necesita un migrante recién llegado a una ciudad que no conoce.
Luego de que nos recogiera el primo, mi primera noche la pase en el barrio Danubio Azul al suroriente de Bogotá, hoy sé que es de la localidad Rafael Uribe Uribe, la casa en la que muy amablemente fuimos recibidos como buenos compatriotas y familia latina.
El primer trabajo que conseguí fue como ayudante en una pizzería donde duré dos meses y medio aproximadamente, porque por recomendación de un amigo, ingresé a trabajar a un supermercado al norte de Bogotá, en el cual llevo cerca de dos años y nueve meses. Este trabajo significó también el traslado de vivienda porque atravesar la ciudad era complicad. Ahora vivo en la localidad de Usaquén muy cerca de donde trabajo.
“Recién llegado a Colombia sufrí mucha discriminación por algunos colombianos que no soportaban saber que un era venezolano, escuchaba insultos y otro tipo de cosas porque de alguna manera, siempre nos asociaban con ladrones o delincuentes de mi tierra. Aunque eso ya ha cambiado porque la gente empezó a reconocernos, aunque inicialmente en el supermercado habían personas que preguntaban ¿por qué habían un venezolano trabajando acá? Ahora todo es bien,” Afirma Luis Carlos.
Actualmente vivo con mi esposa que es venezolana y sin hijos, aunque ella ahora no está trabajando, el dinero nos alcanza para el arriendo, los servicios la comida y los gastos básicos que uno necesita. También ayudo a mis padres y una hermanita menor que vive con ellos en Maracaibo.
Respecto a las costumbres, “en la comida yo no tengo problema ya que como de todo, además la comida venezolana es muy parecida a la colombina.”
A pesar de que en Colombia Luis Carlos Fernández ha encontrado estabilidad y una vida tranquila con su familia, no pierde la esperanza de poder regresar a su patria en otras condiciones económicas y poder estar junto a sus seres queridos. “Por ahora trabajo y procuro estar lo mejor posible esperando que la situación tanto en Venezuela como en Colombia cambie, ya que en estos últimos días hemos visto como las manifestaciones de la gente se han tomado las calles. Espero que todo esto mejore para el beneficio de la ciudadanía y de los pueblos que siempre han sido hermanos.”
Iraimar y la lucha por la supervivencia
Muy joven había terminado su bachillerato en San José de Guaribe, su pueblo natal en el Estado Guárico de Venezuela, donde durante 16 años vivió momentos maravillosos al lado de sus padres, familiares y amigos entre el juego y el estudio.
Iraimar Solano sabía que su futuro estaba en continuar sus estudios para lo cual debía abandonar su casa paterna y todo lo que significaba su pueblo natal. Con este pensamiento viajó con todos sus sueños a Maturín, ciudad del Estado de Monagas a continuar con sus estudios profesionales los cuales después de cuatro años, terminaría su carrera profesional de licenciatura en Educación Especial, apenas si sabía que ese sería una de las salidas menos angustiosas al dejar su pueblo natal.
La situación económica en Venezuela hizo que su vida cambiara drásticamente, cuando en 2019 tomara la decisión de viajar a Colombia en busca de un mejor futuro. Con unas pocas pertenencias arribó a San Antonio del Táchira para cruzar la frontera y llegar a Cúcuta para luego continuar su viaje a Bogotá según sus planes trazados, donde la esperaban su hermana junto a su esposo y su sobrina.
“Como todo migrante, mi situación al inicio fue difícil, empecé vendiendo arepas en el centro de Bogotá, en la calle 28, luego vendiendo jugos de naranja siempre como empleada”.
“Hoy, gracias a Dios, la iglesia adventista de la cual hago parte, y a la hermana Esly Bocanegra que me presentó en la comunidad, tengo mi propio puesto y mi carro para venta de jugos con sombrilla y todo el equipamiento para este trabajo. La ayuda que he recibido de la iglesia adventista ha sido mercados y el primer bulto de naranjas para iniciar por cuenta propia mi forma de trabajo en el barrio Bochica sur que aún sigo haciendo a la fecha.”
Esta actividad la combina con un restaurante donde trabaja después de atender en la mañana su puesto. Los ingresos le han dado para sus gastos básicos de arriendo, comida, servicios públicos de su grupo familiar, el cual se incrementó hace tres meses con la llegada de sus padres, pero a pesar de todo, aún sigue ayudando de forma económica a sus abuelos en Venezuela.
“En mi sitio de trabajo me ha ido bien” afirma Iraimar. “Al principio fue difícil porque la gente no me conocía, algunos me decían que yo no podía trabajar ahí en la calle, pero a medida que fue pasando el tiempo todas estas cosas se fueron mejorando para bien, la gente empezaba a aceptarme. Ahora tengo buena clientela, la comunidad me conoce y me apoya, inclusive cuando por alguna razón no saco mi puesto, me extrañan, además la policía no ha llegado a molestarme hasta el momento”.
Los únicos rechazos que ha tenido han sido al buscar una habitación para vivir, cuando se identificaba como venezolana le decían “a venezolanos no les arrendamos”, por lo demás, “la gente ha sido buena conmigo, nunca he sentido xenofobia, ni insultos y menos agresiones de ningún tipo por mi condición de migrante venezolana”, afirma Iraimar.
A pesar de no haber recibido ningún tipo de ayuda por parte del gobierno nacional ni distrital, y de haberse inscrito a diferentes programas para venezolanos migrantes en plataformas por internet y no de haber recibido respuesta alguna, Iraimar Solano se encuentra muy agradecida con Colombia, pues ha encontrado un modo de sustento, tanto para ella, como para su familia que vive en Bogotá y en Venezuela.
Su condición de migrante indocumentada, Iraimar solo posee cédula venezolana, no le permite aspirar a un trabajo legal estable, a pesar de estar haciendo los trámites para conseguir un permiso especial, debe tener paciencia y esperar.
A sus 29 años de edad, Iraimar no descarta la posibilidad de regresar a su patria querida, encontrarse con sus familiares y amigos, regresar a los lugares que frecuentaba antes de migrar a Colombia, extraña el trabajo que tenía, añora volver a disfrutar de su comida preferida “El pabellón criollo, carotas negras, carne mechada con plátano y huevo, y la carne asada con ensalada rayada y cazabe, además los frijoles venezolanos, los pescados con patacones, la comida playera que llamamos allá”. Iraimar ha sido una persona trabajadora y como creyente en Dios, cada día se levanta con la esperanza de que hoy será mejor a pesar de las adversidades y crisis por la que está pasando Colombia en estos momentos. Se acuesta con sus oraciones pidiendo a Dios por ella y por todos sus compatriotas que se encuentran migrando en busca de un mejor vivir y por aquellos pocos venezolanos que llegaron a Colombia a delinquir para que dejen de hacerlo y se conviertan en personas honestas para hacer siempre el bien.
El buen trato hacia los migrantes venezolanos. Reinaldo Rangel
Fueron 22 años de labores en un canal de televisión privado en el Estado del Táchira donde Reinaldo Rangel, ciudadano venezolano, vivió los últimos 35 años de su vida antes de emprender el viaje a Colombia buscando mejorar su situación de bienestar económica.
Desarraigarse de su patria, de su patrimonio, de su familia y de sus amigos no ha sido fácil para un hombre de 55 años, edad que tenía el 28 de agosto de 2018 cuando llego a Montería, ciudad fronteriza, donde un hijo le acogió temporalmente por un mes antes de viajar a Bogotá, ciudad donde reside desde hace tres años.
“Yo entré legalmente a Colombia, con el pasaporte sellado para luego obtener el permiso especial de permanencia, lo que me facilitó las cosas. Ahora estoy haciendo los trámites para obtener el permiso temporal de permanencia, es un permiso que dura 10 años, ya tengo la cita para septiembre, es como una cédula provisional que nos podría dar más beneficios”
Como todo migrante, no ha sido fácil el cambio cultural para Reinaldo, las amistades, el clima, el vestido, la alimentación, todo esto han sido cosas que ha tenido que reaprender en el sector de San Cristóbal Norte donde reside desde que llegó a Bogotá.
“Mi pensado no era radicarme en Colombia, pero me habían ofrecido un trabajo en Montería que no se concretó. Luego recibí otra oferta para Bogotá y eso me trajo acá” afirma Reinaldo por su presencia en la capital, aunque temeroso porque la edad no le favorecía mucho cuando personas más jóvenes son más apetecidas.
Los primeros 15 días fueron de conocer, de ambientarme.
“Mientras se concretaba lo del trabajo, un señor llamado Pablo me ofreció realizar labores de jardinería y pintura de apartamentos, asunto que desempeñé hasta marzo de 2019 cuando temporalmente me ofrecieron una celaduría en un barrio residencial”.
“En marzo de 2021 se me presentó la oportunidad en otro puesto de celaduría, mejor remunerado y la opción para pagar mi seguridad social, una ARL, suplir los gastos básicos como arriendo, servicios públicos, comida y transporte y otros; de todas formas algo de dinero queda”.
“Yo no puedo quejarme del trato que me han dado los colombianos, la acogida ha sido buena, nunca me he sentido discriminado, ni la xenofobia por parte de las personas del sector donde me muevo excepto una o dos individuos, pero de un millón, una” afirma Reinaldo de los colombianos.
“Respecto a las ayudas del gobierno que supuestamente han dado, yo nunca me he beneficiado de ellas, a pesar de que uno sabe de los aportes de otros países para los migrantes venezolanos”.
Dice don Reinaldo refiriéndose a los actos delictivos que cometen algunas personas venezolanas: “son ciertas en cuanto a que de Venezuela se vinieron para Colombia bandas reconocidas en mi país como una llamada “El Tren de Aragua” que se radicó en Perú y desde allí se extendió hasta Colombia convirtiéndose prácticamente en mafias”. Se disfrazan de rapitenderos y muchas otras formas para cometer diferentes tipos de delitos. El problema es que cuando son capturados, los deportan a Venezuela y al otro día están ingresando nuevamente por “la trocha” a seguir delinquiendo.
“Se vuelven muy notables por las noticias que salen en la televisión, pero en realidad son pocos comparados con los venezolanos que venimos a trabajar legalmente, pero que nunca salimos por los noticieros”.
“De Venezuela extraño dos leyes que me gustaría que se hicieran acá en Colombia, afirma Reinaldo, son la ley del trabajo y la ley de seguridad social, con la desventaja que en Venezuela el salario mínimo no alcanza ni para comprar una libra de café”.
“La ley del trabajo ampara mucho al trabajador, diferente de Colombia que lo explotan mucho. Allá son 40 horas laborales semanales y las prestaciones son al día, porque existe un instituto autónomo del ministerio del trabajo que beneficia al trabajador en caso de una demanda y cuando la persona no tiene trabajo existe un subsidio de desempleo”.
“Todo empleado está afiliado al sistema nacional de salud que se llama Seguro Social, diferente de Colombia porque depende del patrón y acá todo es privatizado. Cuando empezó el sistema CDI (Centros de Diagnóstico Integral) con médicos cubanos, al principio todo fue muy bueno, eficiente porque en el mismo barrio existía un CDI que atendía 24 horas emergencia, cirugías. Pero eso fue decayendo debido a la deserción de médicos cubanos hacia el norte”. De todas formas, hemos prestado un buen trabajo que se ve reflejado en el agradecimiento de la comunidad, pero si las cosas mejoraran en Venezuela, yo volvería a mi patria sin pensarlo, porque la extraño mucho a pesar de las raíces que ya tengo en Colombia, aunque eso lo veo muy lejos.
A limpiar el planeta. Historia de vida de Yorgan José
Valencia, ciudad de Venezuela capital del Estado de Carabobo llamada “la capital industrial de Venezuela” por las zonas industriales allí desarrolladas, ciudad natal de nuestro invitado Yorgan José Gutiérrez y cuya profesión como técnico medio en mecánica automotriz lleva en la sangre, pues trabajó por varios años y consiguió su estabilidad económica con su trabajo, hasta que llegó la crisis.
Con su esposa Carmen María Remin Guaramato, su hija María Alejandra de 14 años, Aslan Alejando de 10 y Asly Yoerlin de 9, solamente con la cedula venezolana tomaron la decisión de aventurarse a Colombia como mucho lo habían hecho.
Su vida holgada quedaba atrás, sus dos casas, su carro y moto fueron dejada en manos del suegro y su papá por que la situación no aguantaba para más sobre todo la escasez de comida para sus hijos.
Al llegar a la frontera por San Cristóbal, la encontraron cerrada pero la decisión de cruzarla ya estaba tomada. Así que pagando un guía turístico lo hicieron por “la trocha” a pesar de los peligros que habían escuchado, significaba el cruce de la frontera por este sitio para llegar a Cúcuta. Una vez allí su viaje continuo ininterrumpido en bus hasta Bogotá donde los esperaba una cuñada en la calle 170 con autopista norte. Ella nos ayudó a conseguir una vivienda en el barrio Santa Cecilia de la localidad de Usaquén, aunque ahora vivo en Villa del Cerro Localidad San Cristóbal zona sur oriental de Bogotá.
Mi trabajo siempre ha sido de reciclador pues un colombiano me dijo que le ayudara, aprendí y ahora tengo mi propia “zorra” como le llaman a este tipo de carretas, ahora trabajo por mi cuenta y con la ayuda de mi mujer afortunadamente, porque mucha gente aprovecha que somos venezolanos, además indocumentados para pagarnos poquito.
No me puedo quejar con los ingresos que consigo diario, pues con ello suplo las necesidades de mi familia, las mías como arriendo, comida y servicios, también en ocasiones envío dinero para mi familia en Venezuela. El trabajo es duro porque en ocasiones me toca amanecer en la carreta con las noches frías y bajo la lluvia, pero gracias a Dios, me siento agradable, muy a gusto, afirma Yorgan José.
Ahora combino el trabajo de reciclaje con un lavadero de motos viernes, sábados, domingos y feriados, también me va bien pero no se mata uno tanto.
He tratado de trabajar en lo que es mi profesión, pero la pandemia no ha permitido hacerlo, además necesito también el permiso especial que el Estado ofrece a los migrantes por 10 años y ponerme a pasar hojas de vida, la cita junto con mis hijos y mi mujer la tenemos para el 17 de noviembre, si Dios quiere la vamos a conseguir.
No tenemos seguridad social porque estamos ilegales, pero afortunadamente gozamos de buena salud y hasta ahora no nos hemos enfermado, solo el 10 de junio que mi esposa tenia una tos como gripa, nos fuimos para un hospital y me la iban a dejar por covid, pero ella no lo permitió, luego de hacerle los exámenes respectivos salió negativo para covid, por lo demás no hemos necesitado de hospitales gracias a dios. Afirma Yorgan José
He sentido la xenofobia, para mi ha sido dura hasta un hecho de que el 7 de enero de 2021 un conductor de un SITP comenzó a insultarnos habiendo pagando el pasaje, solo por el hecho de ser venezolano, no nos quería llevar y se puso de grosero a bajarnos del bus a las malas y me tocó meterle un golpe, la cosa se puso fea, a tal p unto que llegó la policía y me llevaron para migración donde estuve detenido por 24 horas, pero afortunadamente me soltaron como a las tres de la tarde sin decirme más que me fuera.
Extraño mi tierra, mi profesión, y todo lo que tengo en Venezuela, yo las adquirí con mi trabajo junto con mi mujer, aprovechando que mucha gente salía del país, estaban dando algunas propiedades baratas yo la compré, yo aproveché porque tenía con qué hacerlo. Afirma Yorgan José. Con todo lo que hemos visto en estas entrevistas con venezolanos, no se nos haga extraño que dadas las circunstancias económicas de mejoran en Venezuela, veamos una desbandada de estas personas hacia su nación y solo entonces muchos de nosotros vamos a extrañarlas.
Conclusiones
- Todos los venezolanos con los que tuvimos la oportunidad de hablar desean regresar a su patria Venezuela.
- La mayoría son profesionales.
- La mayoría son personas trabajadoras que luchan por su futuro y el de sus familias.
- Con algunas excepciones, no han sentido el rechazo xenofóbico de los colombianos.
- La mayoría tiene sus propiedades que son su patrimonio en Venezuela.