Cada octubre, Bogotá se transforma. Las calles, usualmente dominadas por el ritmo acelerado de la ciudad, dan paso a un desfile de superhéroes, fantasmas, criaturas fantásticas y personajes que desafían la imaginación. El Halloween no es una simple importación cultural más; en la capital colombiana se ha arraigado con una fuerza tal que invita a una reflexión más profunda sobre la identidad, el espacio público y la necesidad humana de jugar.
Un documento que combina una reflexión personal con una entrevista al diseñador industrial John Vela, cofundador del colectivo Zorro y Conejo, explora las razones detrás de este fenómeno y propone una mirada que va más allá del prejuicio y el alarmismo.
La Pregunta de Fondo: ¿A Qué Se Debe su Magnitud?
La primera cuestión que surge es por qué una festividad de origen celta, popularizada por Estados Unidos, ha calado tan hondo en el corazón de los bogotanos. El texto sugiere que, en lugar de atribuirlo a una «influencia maligna» o a una simple imitación cultural, es crucial entender la «complejidad fantástica de la experiencia humana». Halloween ofrece algo que, quizás, otros sistemas más rígidos no brindan: un permiso social explícito para la expresión sin censura.
John Vela, desde su experiencia en Zorro y Conejo –un laboratorio de arte y diseño para niñas y niños–, lo atribuye a la posibilidad de «permitirse una sensibilidad desde diferentes lugares». En una sociedad donde la creatividad adulta suele estar secuestrada por las rutinas y las obligaciones, Halloween se erige como un «día donde se permite que tú agarres las cosas que tienes en casa y te las pongas y así mismo nadie te va a criticar».
La Calle como Escenario de Liberación
Uno de los puntos más poderosos que se destacan es la reconquista del espacio público. Bogotá, como muchas grandes ciudades, suele percibirse como insegura, especialmente de noche. Sin embargo, Halloween invierte esta lógica. «La calle es donde nos encontramos», afirma Vela. Esta festividad convierte la noche en un gran escenario compartido, un «espacio poético» donde la gente puede «ser feliz en un espacio público, no estar feliz tras bambalinas, sino salir a escena y compartir con otros».
Esto es particularmente significativo en los barrios populares. El texto señala que, para muchas comunidades, el Halloween marca «el inicio del fin de año». Es la ocasión en que vecinos de todas las edades salen masivamente, creando una atmósfera de celebración colectiva que reivindica el sentido de comunidad y pertenencia. Es una oportunidad, en palabras del autor, para «reivindicar el barrio, la calle, la salida, el juego, la vecindad».
El Juego: La Esencia Olvidada y Recuperada
La entrevista con John Vela profundiza en el concepto del juego como pilar fundamental no solo de Halloween, sino del bienestar humano. Zorro y Conejo nació precisamente de observar cómo las infancias interactúan con el espacio público y de preguntarse cómo los adultos pueden transformar esos espacios desde la sencillez y la creatividad.
Vela identifica un «déficit de juego» en la vida adulta. Explica que, con el tiempo, el juego se instrumentaliza: se usa para que los niños «aprendan cierta cosa» o «desarrollen la motricidad». Pero su esencia real va más allá. Citando a la autora Graciela Montes, habla de cruzar una «frontera indómita»: el momento en que el juego deja de ser *para* algo y se convierte en un vínculo *con* alguien, desde el disfrute y el placer puro.
«La experiencia más notoria ha sido que familias se acerquen y nos digan: ‘Oiga, es que yo no me había fijado que el interés de mi hijo son los insectos o las estrellas'», relata Vela. A través del juego y acciones sencillas como salir a caminar, redescubren a sus hijos y crean conexiones simbólicas profundas. Halloween, en este sentido, es una invitación masiva a que los adultos se conviertan en «cómplices del juego» de los niños, y, crucialmente, en cómplices de su propio niño interior.
Desafiando Estéticas y Prejuicios
El documento también aborda una crítica al consumismo y los estereotipos. Vela invita a «liberarnos de los prejuicios estéticos» que impone el capitalismo, como los disfraces predefinidos para niños y niñas. En su lugar, propone un ejercicio más rico y auténtico: pensar en la narrativa del disfraz. «¿Qué quiero que sienta el otro? ¿Miedo? ¿Felicidad?».
Fomenta la «recursividad» y el uso de materiales cotidianos –cartón, botellas, papel aluminio, papel maché– no solo por economía, sino como un acto de creación y subversión. Se trata de desafiar la «normalidad», un concepto que Vela considera «peligrosísimo». «La normalidad no existe», sentencia, y Halloween es la prueba viviente de ello, un día en que la diversidad y la excentricidad se celebran.
Tips para un Halloween con Sentido
Como un verdadero «periodismo de servicio», la conversación deriva en consejos prácticos para celebrar un Halloween significativo:
1. Buscar la Colectividad: No hacerlo solo. Reunirse con vecinos, amigos y familia ampliada. La fuerza está en la comunidad.
2. Apropiarse del Espacio Público: No limitarse a pedir dulces. Hacer un picnic, jugar a las escondidas por la noche, simplemente sentarse a compartir con los vecinos.
3. Liberarse de Estereotipos: Romper con los disfraces comerciales y genéricos. Buscar inspiración en narrativas propias o en estéticas diferentes, como el retrofuturismo.
4. Usar la Creatividad con Materiales Cotidianos: Planificar con tiempo y ver en los objetos diarios el potencial para construir una caracterización única.
5. Poner el Foco en el Vínculo: La meta final no es el disfraz perfecto, sino el juego compartido, fortalecer los lazos familiares y comunitarios.
Conclusión: Más que una Fiesta, una Necesidad
El análisis concluye que el enorme éxito de Halloween en Bogotá no es un vacío cultural, sino una respuesta a necesidades profundas. Es una válvula de escape a la presión de la «normalidad», un acto de resistencia frente a la inseguridad que nos encierra, y un recordatorio anual –y masivo– de que el juego es un lenguaje universal y una necesidad vital a cualquier edad.
Es, en esencia, una celebración de la libertad: la libertad de ser quien uno quiera ser, aunque sea por una noche, y de encontrar en la calle, junto a los demás, un espacio de alegría compartida y complicidad lúdica. Como bien lo resume la invitación final del documento, la consigna es simple y poderosa: «Salgan a jugar a la calle».
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