Estados Unidos tiene una ley interna, que le permite ir e invadir La Haya si fuera necesario, en caso de que alguna vez una persona estadounidense o un aliado fueran detenidos o encarcelados por la Corte Penal Internacional.
“El Estado de derecho” es un concepto fundamental para el Occidente moderno y, especialmente, para Estados Unidos. Sin embargo, mientras internamente este principio adquiere un carácter casi religioso, en el ámbito internacional Estados Unidos suele comportarse como si las normas estuvieran hechas únicamente para los demás.
Resulta contradictorio ver cómo el entonces presidente Trump demandó a la BBC por la “falsa, difamatoria y maliciosa” intención atribuida a un discurso suyo en un documental. La litigiosidad en Estados Unidos es abrumadora: las cifras indican alrededor de 50 millones de casos judiciales al año, casi la totalidad de la población de Colombia. Casos como el del café de McDonald’s —en el que una mujer demandó a la cadena por servir una bebida excesivamente caliente— ilustran este panorama.
Pero cuando se trata de responsabilidad global, surge una paradoja: Estados Unidos ha esquivado durante décadas los tribunales internacionales, o quizás casi nadie ha logrado llevarlo con éxito ante ellos. Ese espíritu de intervencionismo, guerras prolongadas, cambios de régimen y operaciones encubiertas, hoy abiertamente reconocidas, como lo hace Trump con Venezuela, Colombia o México.
El punto de partida suele ubicarse en 1953, cuando la CIA y el MI6, el servicio de inteligencia del Reino Unido, derrocaron a Mohammad Mosaddeq, primer ministro elegido democráticamente en Irán. Luego siguieron Guatemala, Cuba, Chile, Ecuador, Haití, Panamá y Granada en 1983, entre otros casos de operaciones encubiertas respaldadas por intereses multinacionales en América Latina, sin contar intervenciones militares en otras regiones del mundo. Hoy estas acciones ya no se ocultan: se anuncian con el envío de buques de guerra y amenazas de derrocar o invadir gobiernos bajo el pretexto del narcotráfico o la seguridad nacional.
Si el excepcionalismo estadounidense sigue prevaleciendo, la impunidad continuará reinando en el ámbito internacional. Ejemplos hay de sobra: el bombardeo nuclear en Hiroshima y Nagasaki, la Operación Tormenta del Desierto contra Irak, o la Operación Martillo de Medianoche contra Irán. Sin embargo, no parece existir una percepción generalizada de que algo esté mal. Además, la mayoría de las naciones disponen de un margen muy limitado para actuar con eficacia, por sí solas, contra el imperio del Norte.
Pese a ello, se vislumbra una creciente inquietud global frente al comportamiento de Estados Unidos, incluso entre aliados cercanos. Esto podría conducir a una unión de naciones para presentar una demanda internacional que no se limite a una simple reparación económica. Los daños derivados de décadas de intervenciones van mucho más allá del dinero, y su recuperación puede tardar generaciones, afectando a millones de personas.
Estados Unidos ha demostrado que sí está dispuesto a usar los tribunales cuando le conviene. Demandó a Canadá en el llamado “Arbitraje del Fundidor” por emisiones de azufre que afectaban su territorio. Por su parte, Nicaragua llevó a Estados Unidos ante la Corte Internacional de Justicia por el caso de los Contras y la injerencia estadounidense en un intento de cambio de régimen. El tribunal determinó que Estados Unidos debía asumir responsabilidad. ¿Se cumplió el fallo? Esa es otra discusión.
Estas “operaciones de cambio de régimen”, ejecutadas según su conveniencia, dejan cicatrices permanentes en la psique de millones de personas. Y si Trump considera que tiene la obligación de demandar a la BBC, ¿no deberían otras naciones asumir la responsabilidad de unirse, como un Sur Global articulado, una comunidad mayoritaria? Porque de manera aislada, ningún país tiene posibilidades reales. ¿Deberían los BRICS Plus y el Sur Global presentar una lista común de agravios y obligar a Estados Unidos a entablar un diálogo?
Sigamos “echando globos”, como dice el refrán, porque en este momento, lamentablemente no existe un tribunal con la jurisdicción necesaria para procesar semejante caso. Sin embargo, empiezan a surgir lineamientos. Movimientos contra el cambio climático, por ejemplo, han alzado la voz, o como en la COP30, donde muchas delegaciones afirmaron: “Nuestras selvas no están en venta”.
Esta adversidad no significa que no debamos plantear la pregunta, ni que sea imposible recurrir a un bufete de abogados estadounidenses competente que pueda asumir una tarea de tal magnitud. Porque, paradójicamente, si alguien ha de liderar este tipo de litigio, probablemente deberá ser un abogado o despacho estadounidense, o un árbitro con conciencia cívica y orientación hacia la justicia, capaz de superar las leyes de inmunidad soberana de Estados Unidos y el Reino Unido, que establecen que un Estado soberano no puede ser demandado en tribunales de otro Estado sin su consentimiento.
La tarea no es sencilla. Estados Unidos incluso cuenta con una ley interna que le permitiría invadir La Haya si fuese necesario, en caso de que un ciudadano estadounidense o aliado fuera detenido o procesado por la Corte Penal Internacional. Así de lejos llegan las leyes estadounidenses para proteger su capacidad de proyectar su poder militar en el extranjero.
Pero recordemos también que, tras la invasión iraquí de Kuwait, los tribunales internacionales obligaron a Irak a participar en un programa de compensación de varios años, que ascendió a 52 mil millones de dólares en favor de los kuwaitíes.
Hoy, con la Guerra Fría ya concluida y el surgimiento de un mundo multipolar, este podría ser el momento adecuado para replantear el orden internacional.
La Iniciativa de Seguridad Global alternativa y la Iniciativa de Civilización Global, propuestas por China —hoy una potencia que compite de tú a tú en campos como la tecnología automotriz (BYD vs. Tesla) o la inteligencia artificial (DeepSeek vs. OpenAI)— ofrecen una luz como alternativa que muchos en el Sur Global están observando y diciendo “Oh qué interesante”.
Vale la pena preguntarnos entonces: ¿cuál es el país estadounidense que están heredando la Generación Z? ¿Qué tipo de la generación Estados Unidos quiere estar en el escenario global en un mundo multipolar?
Ha llegado la hora de que el libro de cuentas por los desastres de los últimos 70 años empiece a rendir informes reales. ¿Qué tipo de mundo estamos heredando de nuestros líderes políticos, de nuestros gobiernos y congresos? Como dijo Martin Luther King, “siempre es el momento adecuado para hacer lo correcto”. Y cuando Estados Unidos envía buques de guerra frente a las costas de Venezuela, no podemos evitar pensar que ese momento ha llegado.
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