En pleno siglo XXI, los ecos del intervencionismo estadounidense en América Latina siguen resonando con fuerza. Venezuela, un país que ha sido sistemáticamente asediado por razones políticas, económicas y geoestratégicas, vuelve a ser el epicentro de la atención internacional. Las declaraciones del periodista Max Blumenthal —editor en jefe de The Grey Zone— revelan un panorama alarmante: el gobierno de Estados Unidos estaría contemplando opciones militares reales contra Caracas, reviviendo una estrategia que combina el cinismo político con la codicia por los recursos naturales. Este artículo profundiza en el trasfondo geopolítico y social de este conflicto, exponiendo cómo las viejas tácticas de “guerra por la democracia” esconden el objetivo de siempre: el control económico y la imposición de hegemonía sobre los pueblos latinoamericanos.
La fabricación de un enemigo: el mito del “narcoterrorismo”
La administración de Donald Trump utilizó la etiqueta de narcoterrorismo como pretexto para justificar una posible intervención militar en Venezuela
La estrategia recuerda a las excusas del pasado: primero Irak con las “armas de destrucción masiva”, luego Libia con la “protección humanitaria”. En ambos casos, la verdad se sacrificó en nombre del poder.
La designación de Venezuela como un “Estado narcoterrorista” carece de sustento empírico. Los supuestos vínculos del gobierno de Nicolás Maduro con el narcotráfico han sido fabricados por sectores de inteligencia estadounidenses que buscan crear una narrativa conveniente. Sin embargo, estudios independientes y observaciones internacionales coinciden en que la mayoría del tráfico de cocaína hacia Estados Unidos proviene de Colombia y Ecuador, no de Venezuela.
Lo que se perfila detrás del discurso moralista de Washington es una operación de propaganda: convertir al país suramericano en un nuevo enemigo público para justificar sanciones económicas, y, en última instancia, abrir el camino para una intervención directa.
Recursos naturales: la verdadera guerra por el petróleo
Es evidente que el principal objetivo de Estados Unidos no es el combate al narcotráfico, sino el control de los recursos naturales venezolanos.
Venezuela posee las mayores reservas probadas de petróleo del planeta, además de grandes depósitos de gas y oro. Desde el ascenso de Hugo Chávez en 1998, la política de nacionalización de estas riquezas rompió con el modelo de dependencia hacia las corporaciones extranjeras, lo que desató la furia del establishment estadounidense.
El primer intento de golpe en 2002 marcó el inicio de una política sistemática de sabotaje económico y político. Hoy, con un nuevo contexto global donde China y Rusia ganan influencia en la región, Washington busca reafirmar su control a toda costa. La nueva ofensiva no solo busca derrocar a Maduro, sino enviar un mensaje al mundo: América Latina sigue siendo su “patio trasero”.
Blumenthal sostiene que existen planes concretos para apoderarse de campos petrolíferos y aeródromos venezolanos, destruir infraestructuras militares y ejecutar operaciones especiales para capturar o eliminar al presidente Maduro. Se trata, en sus palabras, de una “locura total”, inspirada en los mismos patrones de intervención que devastaron países como Panamá, Irak y Libia etc.
María Corina Machado: la oposición como instrumento imperial
En el corazón de esta trama aparece la figura de María Corina Machado, presentada por los medios occidentales como una “heroína democrática”. Sin embargo, su papel es el de una operadora política al servicio de intereses extranjeros
Premiada con el Nobel de la Paz —un gesto que muestra el desprestigio al que ha llegado este premio, ese reconocimiento—, Machado ha promovido abiertamente la idea de una intervención militar en su propio país. Su retórica ha llegado al extremo de culpar a Maduro por el supuesto fraude electoral en Estados Unidos en 2020, un intento claro de manipular a Donald Trump para que adopte una postura aún más agresiva contra Caracas.
La dirigente opositora representa, según Blumenthal, una élite venezolana de clase alta que no soporta la transformación social iniciada por la Revolución Bolivariana. Su alianza con sectores ultraderechistas y su cercanía con figuras como Benjamin Netanyahu y Donald Trump refuerzan la tesis de que su proyecto político no busca la democracia, sino la restauración del viejo orden oligárquico.
Desde una perspectiva social, el fenómeno de Machado refleja una contradicción profunda: mientras millones de venezolanos de origen popular luchan por sobrevivir bajo sanciones impuestas por Estados Unidos, las élites económicas se presentan como “libertadoras”, pidiendo bombardeos que inevitablemente caerían sobre los más pobres.
El complejo industrial de la derecha latinoamericana
Marco Rubio introduce un concepto provocador: el “complejo industrial gusano”, refiere al nexo de las comunidades de derecha anticomunistas y supuestamente disidentes de América Latina en el sur de Florida que anhelan derrocar a los gobiernos de Venezuela, Cuba y Nicaragua, así como a cualquier liderazgo de izquierda que se interponga en su camino, desde Lula da Silva hasta Gustavo Petro en Colombia. Es su sueño, su fantasía desde Bahía de Cochinos, entendiendo sus raíces cubanas.
Estas comunidades, conformadas por sectores de Cuba, Venezuela y Nicaragua, se han convertido en un poderoso lobby político que financia campañas, presiona al Congreso estadounidense y promueve una agenda de cambio de régimen en América Latina.
Detrás del discurso moralista de la “lucha por la libertad”, se esconde una maquinaria mediática y empresarial que se beneficia económicamente de las sanciones, la privatización y los contratos militares. El objetivo no es restaurar la democracia, sino sustituir gobiernos soberanos por regímenes serviles a sus intereses.
Desde esta óptica, Venezuela no es un caso aislado, sino un capítulo más en una larga historia de intervenciones encubiertas. Los paralelos con Panamá en 1989, Granada en 1983 o Chile en 1973 y otros son inevitables. En todos los casos, el resultado fue el mismo: destrucción, pérdida de soberanía y enriquecimiento de corporaciones extranjeras a costa de la sangre inocentes de civiles.
El narcotráfico como excusa geopolítica
La supuesta guerra contra el narcotráfico ha sido, históricamente, una cortina de humo. Los ataques a embarcaciones pesqueras venezolanas, —en los que murieron ciudadanos trinitenses y colombianos— son un ejemplo de esta manipulación
Ninguno de esos barcos tenía capacidad para transportar droga hacia Estados Unidos. La mayoría apenas navegaba entre Venezuela y Trinidad y Tobago. Sin embargo, el gobierno de Trump los presentó como “operaciones antinarcóticos exitosas” para justificar la presencia del aparato militar estadounidenses en el Caribe. Esto significa la falsa guerra contra el terrorismo de Dick Cheney, con la falsa guerra contra las drogas de Ronald Reagan para justificar los ataques.
El doble rasero es evidente. Mientras Washington acusa a otros países de tráfico de drogas, es complaciente de sus propias corporaciones farmacéuticas en la crisis de los opioides, una epidemia que ha matado a millones de estadounidenses. Incluso figuras cercanas a Trump, como Rudy Giuliani, han representado legalmente a empresas responsables de esa tragedia. La guerra contra las drogas, sostiene Blumenthal, no busca erradicar el narcotráfico, sino controlar su flujo económico y mantener el poder político que se deriva de él.
La dimensión regional: entre la resistencia y la complicidad
La posible intervención estadounidense no solo afectaría a Venezuela. Países como Colombia, Trinidad y Tobago y Cuba serían directamente impactados por el conflicto. En Colombia, las sanciones y bloqueos contra Caracas han generado migraciones masivas y tensión social. Aunque el presidente Gustavo Petro ha condenado abiertamente la política intervencionista de Estados Unidos, su propio ejército continúa influido por sectores de ultraderecha proestadounidenses.
En el Caribe, Trinidad y Tobago se ha convertido en una plataforma logística para los ejercicios militares estadounidenses. Su gobierno, encabezado por Kamla Persad-Bissessar, ha apoyado abiertamente la política de Trump, incluso después de ataques que mataron a ciudadanos trinitenses inocentes. La situación revive la vieja Doctrina Monroe, esa política del siglo XIX que proclamaba América Latina como “zona de influencia exclusiva” de Washington. La historia parece repetirse: el imperio regresa al Caribe con los mismos métodos de las guerras bananeras, imponiendo gobiernos aliados y despojando recursos a los pueblos soberanos.
Un mundo multipolar y la resistencia latinoamericana
En este contexto, la presencia de China y Rusia en la región representa una alternativa al dominio estadounidense. Los acuerdos de cooperación que Venezuela, México y otros países han firmado con Pekín, desafiando la hegemonía occidental. Para Washington, este es un crimen imperdonable. Controlar el hemisferio occidental y mantener a China fuera del tablero es, el verdadero motivo detrás de la nueva escalada. Sin embargo, esta vez el escenario global es distinto. América Latina vive un proceso de recomposición política, con gobiernos progresistas en Brasil, Colombia, México, Bolivia y Chile que defienden la soberanía regional. Aunque no exentos de contradicciones, estos procesos encarnan una esperanza de independencia frente al viejo imperialismo.
Conclusión: la memoria contra el olvido
La historia del intervencionismo estadounidense en América Latina está escrita con sangre. Desde Guatemala en 1954 hasta la invasión a Panamá en 1989, los pueblos del continente han sufrido las consecuencias de la ambición imperial. Venezuela, hoy, representa el último bastión de esa resistencia.
El discurso del narcoterrorismo, el premio Nobel a una figura intervencionista, las sanciones económicas y las operaciones encubiertas forman parte de una misma estrategia: la recolonización de América Latina bajo nuevas formas.
En palabras de Max Blumenthal, “Estados Unidos no busca democracia ni libertad; busca control”. Frente a esta realidad, la única respuesta posible es la unidad y la memoria histórica. Solo recordando los errores del pasado podrá la región evitar un nuevo ciclo de guerras, pobreza y dependencia. El desafío para América Latina es claro: construir su propio destino sin tutelas externas, reivindicando la soberanía y la dignidad de sus pueblos. Porque, como dijo Simón Bolívar, “los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia a plagar de miseria a América en nombre de la libertad”.
§§§
















