Con el sistema actual, cada procedimiento que implique un alto costo en el tratamiento, asegura también un alto riesgo de muerte al paciente.
En nuestras sociedades la salud es tomada cada vez más como un gran negocio en donde se disputan intereses individuales y corporativos que cada vez se relacionan menos con las necesidades de atención de las personas y más con las actividades que aumentan las ganancias. Allí los Estados han cumplido un papel principal –no siempre reconocido– al controlar, regular o entregar las utilidades que generan las acciones en salud a actores con ánimo de lucro.
Por ésta y otras razones, la salud es un componente fundamental para entender las desigualdades sociales: mientras ricos y poderosos acceden a cuidados privilegiados, la mayoría de la población está supeditada a aquello otorgado caritativamente o reivindicado como derecho mediante luchas y protestas populares.
Hace poco más de doscientos años, cuando la salud no estaba muy tecnificada, el cuidado de las enfermedades en nuestros países hacía parte de la vida cotidiana, ocurría al interior de los hogares, mostraba formas mixtas de conocimientos ancestrales indígenas y negros e involucraba a las familias. Incluso, antes de la llegada de la modernidad, los conocimientos y prácticas de sanación traídos por los colonizadores también se basaban en plantas naturales. Las distintas intervenciones (como sangrados, masajes, rezos, compresas calientes o frías, entre otros rituales de sanación) recaían en los médicos de la época (en su mayoría hombres), los cirujanos (considerados distintos a los médicos), las parteras y otros sanadores tradicionales que conjugaban los conocimientos sobre la naturaleza con distintas formas de entender la relación entre las enfermedades (que tenían distintas denominaciones como malestares, dolencias o infortunios) y el orden espiritual sobrenatural. Las distintas tensiones entre estos grupos de sanadores reflejaban pugnas por la atención de los enfermos adinerados, de tal manera las primeras iniciativas de regulación de los cuidados médicos y la conformación de gremios en salud permiten identificar intereses de mercado.
Con el surgimiento de las clínicas para atender enfermos al interior de los hospitales para pobres, a finales del siglo XVIII en Europa, la salud y sus cuidados fueron dominados por unos expertos quienes empiezan a “secuestrar” a los enfermos de sus familias y sus redes sociales, logrando controlar la vida de los sujetos una vez son hospitalizados. El surgimiento de las clínicas se convirtió en el primer momento histórico de tensión entre los intereses corporativos del gremio médico y los dueños de los hospitales, pues los acuerdos que antes eran negociados entre dos partes (doliente y sanador) ahora entrarían a una estructura institucional más compleja donde, probablemente de forma más grave, se rompe con la posibilidad que sean las propias comunidades y sus miembros los que cuiden y decidan sobre la salud de sus familiares y amigos, en tanto cada vez más el estatus de los profesionales respecto del conocimiento y poder de decisión sobre la vida, los acercaba más a los centros de poder y alejaba de las comunidades.
Desde ésta época los hospitales y sus profesionales se afilian a una tradición caritativa para atender a los pobres (quienes no pagan o pagan lo que pueden), mientras los ricos reciben atención privilegiada, generalmente en secciones especiales dentro de los mismos hospitales o aún con visitas a sus casas. Los pobres eran instados a compensar la atención de supuesta caridad permitiendo ser convertidos en cuerpos para la experimentación; en ellos se ensayaban los tratamientos iniciales y sólo cuando daban buenos resultados se realizaban los mismos procedimientos en los ricos. Actualmente, esto que suena a una anécdota sobre cómo se experimentaba con los pobres hace más de dos siglos, sigue funcionando; por ejemplo, son los pobres quienes participan en los ensayos clínicos de los nuevos fármacos o procedimientos y debido a su pobreza aceptan pagos por ser “conejillos de indias” inclusive poniendo en riesgo su propia vida.
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